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María: una mujer destinada a servir

María Navarro llegó a Barranquilla hace 9 años y desde ese momento, con su alegría, trabaja en las calles del centro, en los alrededores de la Plaza de San Nicolás.


Por: Ángela Pertuz.


No sé si es acaso el Centro Histórico de Barranquilla el lugar más cercano al sol, pero cuando se camina por sus calles el ambiente arde tanto como el fogón donde reposa la olla en la que se cocina el sancocho de María Navarro, una mujer con 74 años que brilla como su sonrisa.


Su día a día transcurre en un pasadizo conocido entre las personas que frecuentan el Centro como el Callejón de los Meaos, pero que en realidad es a menor escala un caminito que va directo al cielo. Aquí llega el más necesitado, aquel que con poco dinero se alimenta como Dios manda.


“Me dicen, Mary véndeme mil pesos de comida y yo les doy su sopita acompañada de carne y arroz, no me importa cuánto gaste, sé que después Dios me lo multiplica” expresa María cuando en medio de la conversación es interrumpida por un vendedor de bocadillo que de la nada se acerca y le regala un beso en la mejilla en agradecimiento por el almuerzo.


La llaman Mary y se apellida Navarro Lara, una mujer que nació un 5 de agosto de 1944. Desde entonces su vida ha sido una montaña rusa de emociones y momentos vividos. Durante mucho tiempo en su juventud trabajó en Venezuela y volvió a su país directo al Centro Histórico de la ciudad de Barranquilla, y allí en la Plaza San Nicolás, comenzó a repartir alegría acompañada de su carretilla vendiendo patillas, melones, manzanas. “Andaba en una carretilla montada todo el día y todos me decían ¡ahí va la reina de las frutas!” recuerda mientras suelta una carcajada.


De ser quien comercializaba las frutas, desde hace 9 años, pasó a deleitar con su sazón el paladar de todo aquel que llega al callejón.




María, Sonríe para que la vida te sonría – Fotografía: Ángela Pertuz


Cuando los comensales se adentran por el pasillo del Callejón de los Meaos, se encuentran con una amplia oferta gastronómica. Mesas organizadas de manera simétrica atiborradas de lo que sería la especialidad del día, palanganas de pescados bien dorados, calderos repletos de arroz, el color resplandeciente de las verduras de la ensalada, y en cada rincón, una olla rebosante de sopa. Un panorama que suele ser desdibujado por las aguas negras represadas, el piso desnivelado y fogones sin seguridad. Condiciones inhumanas a las que se enfrentan aproximadamente seis mujeres y un hombre, entre ellos, María, quien da la bienvenida.




Pescados expuestos a la orilla de las mesas - Fotografía Ángela Pertuz


Su cocina suele no ser diferenciada del lugar en el que atiende a sus clientes por el poco espacio que la separa. La única mesa que tiene es adornada por un plato metálico en el que reposan las verduras. En una esquina están sus calderos, estos se alzan en una montaña descendente, al lado de un fogón cargado de carbón, cuya brasa calienta una gran olla de sopa tapada por una bolsa de plástico.

María ya no trabaja sola, ahora una chica la ayuda en su día a día, pues, con el paso de los años se le hace difícil lidiar con la deformidad que agobia sus piernas, “Cuando yo llegué en el 2010 tenía mis piernas buenas, se me dañaron de un momento a otro” asegura pensativa como si recordara los que un día fueron sus piernas. Se le complica caminar y desplazarse en su espacio de trabajo “Una señora, un día pasó por aquí y me dijo que me habían echa’o brujería, de ahí empezaron los dolores en los huesos y esa misma mujer me dijo que fuera donde un curandero, pero yo no creo en eso” asegura María mientras termina de servir uno de tres platos de comida que le han sido encargados.

Pero, mientras su mano izquierda sostiene con un trapo la oreja de la olla y con la otra agarra fuerte el cucharón, dice en un suspiro “yo solo hago la voluntad de Dios”. Y es que parece mentira, revuelve esa sopa como si su vida dependiera de ello, tanto que en cada bocado va un pedacito de su corazón. Y como la gran cocinera que es, verifica que todo este perfecto. Por instinto deja caer un poco de la preparación en su mano. Lo saborea … y sonríe.


Ella y su corazón materializado en la comida – Fotografía Ángela Pertuz


Y así, María, noble de corazón se disfruta la vida y cada plato que cocina “Siempre que vienen, me dicen, usted si cocina sabroso; pero a decir verdad, el sabor lo tengo en las manos, y más allá, en el corazón alimentado por el cariño hacia las personas”. Un cariño que trasciende cuando estando con ella es inevitable escuchar a lo lejos como gritan su nombre en forma de agradecimiento y “…es que lo vale todo”, asegura al tiempo que sus ojos brillan y continúa diciendo “…lo vale todo, desde el agua hasta la candela”.



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