Alegría y esfuerzo: la receta de una vida mejor
- RegiónCaribe.org
- 23 ago
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Mientras el sol aún no asoma con su luz y el gallo afina todavía la garganta, Maritza Vázquez y Yomaira Herrera despiertan en medio de la madrugada, precisamente a las 4:00 de la mañana.
Autor: John Barrios

Entre sueños realizados, inician su aventura: la de buscar el millo para luego convertirlo en alegría. Porque, al igual que la energía, la alegría no se crea ni se destruye, solo se transforma; en este caso, en dulce. Pero esto es apenas el comienzo de una larga sesión de creación en su laboratorio, donde el principal ingrediente es uno que, paradójicamente, es intangible: el amor.
A las 7:00 de la mañana, cuando ya se han puesto al día en el mercado, Maritza se pone manos a la obra para que, como ella misma dice, “el tiempo rinda”. En él ha encontrado un aliado de primera mano, pues, aunque a veces desea que sea inexorable, siempre ha sabido controlarlo para llegar temprano a casa.
Minutos más tarde, a un par de rejas, la vivienda de Yomaira empieza a emanar un olor delicioso, uno que con solo su aroma hace agua la boca. En él se mezclan los suaves destellos de coco y panela, junto a la sazón de los pasteles de cerdo y las arepas de huevo, que se transforman en el desayuno de muchos barranquilleros alrededor de Barrio Abajo.

Hoy lo afirman con orgullo y, cada vez que pueden, hablan de cómo encontraron en una tradición su proyecto de vida. Porque Doña Mari, como la llaman sus colegas matronas, no es solo una prodigio en la cocina, sino también una mente maestra de las finanzas. Gracias a su trabajo, ha logrado administrar desde un casino hasta un proyecto sustentado en Estados Unidos sobre los dulces tradicionales del caribe colombiano, lo que le valió obtener una visa. Para Yomaira, su mayor triunfo es el de su hija, a quien le pudo pagar su carrera universitaria y que ya es una odontóloga profesional. Es tanta su dicha que, cuando lo cuenta, sus ojos se convierten en reflectores de cine, en los que se proyecta la película más taquillera de su vida.
Sin alegrías en sus canastas, pero sí en sus corazones, llegan a casa a eso de las 7:00 de la noche, tras un largo día de trabajo.
La sonrisa de mejilla a mejilla que llevan no se desvanece, formando una combinación perfecta, igual a la del millo, la panela, el coco y el anís.
Al final del día, cuando los postes de Barrio Abajo iluminan sus calles llenas de cultura y la música se apodera de las tiendas, Maritza mira atrás en el tiempo y se da cuenta de que aquella jovencita que veía en su madre el ejemplo de la mujer que quería ser, es la misma que, con el sudor de su frente, logró hacer de la vida un lugar mejor para los suyos.
Mientras tanto, Yomaira observa en sus callos el resultado del esfuerzo, de años de lucha, sudor y muchas horas en la cocina, lo cual fue recompensado el día que vio a su más grande amor con la toga y el birrete, en ese momento la mezcla de sentimientos fue más extensa que cualquier receta. Mujeres que, en su propia esfera, han sido, cada día, las dueñas de su destino.
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