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Recorrido por parque biotemático Megua: segunda parte


Cuando el ayudante del bus de la flota Baranoa avisó que habíamos llegado al “Parque Megua”, es probable que la mitad de los pasajeros ignoráramos que aquel muchacho estaba pronunciado una palabra de una lengua indígena casi extinta.




Después de la primera entrega de este recorrido por el Parque Biotemático de Megua, ubicdo en Galapa , Atlántico continuamos este recorrido naturales







El Sendero de los Sentidos


Catorce escalones nos condujeron a la entrada de un nuevo recorrido. Un letrero colgante con letras de ramas secas formaban el nombre de la nueva estación: “El Sendero de los Sentidos”. Lo adornaba un arco elaborado con troncos puestos horizontalmente unos encima de otros y dos palmeras en la parte posterior de la curvatura.

El cielo empezó a encapotarse. Árboles enormes bloqueaban la luz. A lo largo de un tramo de unos 80 metros vimos plantas fragantes de albahaca, limonaria, limoncillo, orégano, hierbabuena. Jairo nos alargaba trozos de hojas para que las oliéramos.


Iba a llover en cualquier momento. Apremiados por esa amenaza, aceleramos el paso. De repente nos sorprendió un pequeño túnel arqueado hecho con botellas de plástico. Caminar a través de él era como cruzar por la garganta de un animal artificial. Del otro extremo del túnel nos esperó la lluvia. Corrimos hacia un cobertizo, no sin antes atravesar ruidosamente un puente colgante con piso de madera y pasamanos adornados con latas. En el cobertizo, el guía nos brindó mangos rebanados. Aún con la acidez en la boca, descendimos por una pendiente barrosa, que constituía la última fase de ese sendero.


El vivero


Ya era mediodía cuando llegamos al vivero, donde Andrés relevó a Jairo. El aguacero había amainado. Aquella instalación estaba conformada por tres umbráculos con techos de polisombra que protegían a las semillas de la luz del sol y de la lluvia; más allá había un terreno de cultivo al aire libre donde ya despuntaban las plantas, que eran decorativas y herbales. Mientras las tocábamos y paseábamos por el solar, Andrés le dio a cada visitante un vaso plástico que debía ser llenado con tierra abonada.

Algunos atendieron a la instrucción; otros seguimos paseando por los alrededores hasta que alguien descubrió una maceta blanca ubicada en un rincón del terreno, como marginada de las otras.

—Es coca —explicó Andrés.

Los que estaban agachados llenando su vaso con abono se levantaron a contemplar la planta. Unos la olieron con alguna reverencia, mientras que otros arrancaron pedacitos y los masticaron. Los rumores son: es amarga y, una vez el jugo se exparce por la lengua, esta se embota: se adormece.


Mitos y leyendas



Andrés quiso llevarnos al área virgen del parque, que se llama “Mitos y leyendas”. Generalmente, esa zona no hace parte del recorrido oficial: es la única parte del sitio que no está intervenida. Solo suelen disponerla para tures especiales, como en el día de Halloween. Sobre una losa gris incrustada en una piedra estaba grabado el rezo de bienvenida.


Se lee:


Porque no todos podemos dormir
Porque la muerte no es el fin
Porque no abrimos la puerta
Porque una flor sobre la tumba se marchita
Una lágrima se evapora
La oración por el alma se olvida.

Después de la losa hay una trocha; justo antes del ingreso a la trocha hay una puerta, un espejo roto y una escalera que, al reclinarse contra un árbol, forma (dijo Jairo) el triángulo de la Santísima Trinidad: son símbolos de mala suerte. No mucho más allá está el cementerio, donde hay cuatro lápidas con cruces blancas pintadas a brochazos. De las fosas cubiertas sobresalían las cabezas de tres muertos hechos de barro. Tenían las caras desfiguradas por expresiones de dolor y el pelo embadurnado de lodo.


Cuanto más nos adentrábamos en el bosque, mayor era la espesura. En realidad, son 32 hectáreas de bosque seco tropical las que conforman el parque, que, además de contar con 4 áreas protegidas, alberga 5 especies endémicas, 32 especies de flora, 141 de fauna vertebrada y 108 especies de fauna invertebrada.


En un recodo vimos varios muñecos siniestros a escala humana: primero la Llorona, luego la Pata Sola, una bruja, un duende. Tal vez ya habíamos avanzado dos kilómetros cuando llegamos a un camino que se bifurcaba.


El camino incorrecto y final


¿Quieren seguir el camino correcto o incorrecto? —preguntó Andrés.


Alguien gritó que el incorrecto. Lo cierto es que no se va a una travesía buscando comodidad y corrección. Debimos andar por caminos estrechos, bajar por pendientes profundas, sortear árboles caídos y deslizarnos por barrizales. La lluvia regresó.


Marchábamos en fila para no dispersarnos y asistirnos los unos a los otros, pues en ocasiones tocaba sostener troncos y ramas para despejar la ruta. Después de cuarenta y siete minutos de trayecto en las entrañas del bosque, fatigados, sucios y las ropas empapadas, ganamos la salida.


Eran las cuatro y media de la tarde y el cielo seguía encapotado. Nos despedimos de los guías y, a paso lento, cruzamos el playón de tierra y guijarro.

—¿Valió la pena? —le preguntó un señor de sombrero a su esposa.


La señora cruzó la verja.

—Sí —dijo—, pero te cae la madre por haber dicho que por el camino incorrecto.



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