Colaborador: Angel Roys Mejía
Entrando por Pozohondo, en jurisdicción de Barrancas y bordeando las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta persiste un camino de herradura usado desde tiempos inmemoriales por habitantes de la región para ir de visita a Hatonuevo o para llevar sus productos de pancoger y venderlos en la plaza mayor del pueblo. Estos caminos se mantienen por el paso de motos que sustituyeron a los burros y el transito ocasional de vehículos que los emplean para evadir a las autoridades o como en este caso, para eludir el bloqueo que desde la madrugada de un día de enero de 2019, sostuvieron por varias horas los residentes del municipio minero como protesta por la falta de agua.
La naturaleza como una fábrica altruista nutre con fuentes de agua constantes estos territorios. El agua baja de la Sierra Nevada y en muchos casos forma arroyos subterráneos que han sido descubiertos por labriegos wayuu que artesanalmente los han adecuado para abastecer a las comunidades y abrevar a los animales. Antes de ello, cubrían enormes distancias hasta Pozohondo (Barrancas) y el Pozo (Hatonuevo) para resolver sus necesidades esenciales de líquido vital.
Arroyos como Zahino, La Peña y Gritador que en tiempos de lluvia desbordan alegres sobre las laderas de los riscos montañosos descienden hasta el Ranchería del que son tributarios. En los tiempos duros de sequía, el suministro se mantiene por un hilo diminuto que brota de las costillas de la montaña y que es canalizado por kilómetros de mangueras y almacenado en albercas comunitarias cuyo cuidado y protección obedece mas un acto de supervivencia, que a una manifestación de conciencia. Tal es el caso de Wüitourumana, un ojo de agua que es como una lagrima con la que la montaña lamenta su suerte, sin embargo, de exprimir sus entrañas beben mas de 1800 personas del resguardo El Zahino Guayabito Muriatuy, sin contar los animales que mitigan su sed.
Mujeres con el torso desnudo lavan sus largas cabelleras, dueñas del hogar restriegan y despercuden sus ropas, los niños simulan guerras de agua mojándose como afrenta, los hombres en los lomos de los burros cargan pimpinas y galones para sus casas y un tropel de chivos y ovejos levantan un polvorín brincoleando de dicha luego de sorber el agua en los aljibes. Esta es la fiesta diaria con su espontaneo calendario de turnos, ajena a la disputa que enfrenta a pocos kilómetros a otras comunidades con la administración, en cuyos comunicados escuetos no se vislumbra, ni se adivinan salidas para la crisis.
En el mapa del estudio nacional del agua implementado por el IDEAM en el año 2010, pese a que se afirma que no se cuenta con un acervo estadístico que permita monitorear las tendencias y estado de la demanda hídrica nacional, se estima el consumo de La Guajira de 20 a 50 millones de metros cúbicos. En los colores que aparecen en el mapa y su explicación en las convenciones, La Guajira y su millón de habitantes no se muestra entre los departamentos amenazados por la escasez de fuentes hídricas. De los montes de Oca, del Perijá y de la Sierra Nevada sigue bajando la vida en forma líquida mientras el hombre depreda las cuencas y la minería amenaza con modificar el curso de la naturaleza.
El malestar ciudadano que reclama a las administraciones acciones de fondo para resolver el problema de agua digiere como un asunto extraño y lejano la represa del Ranchería. Un megaproyecto con registros en los anales más antiguos sobre planeación del desarrollo territorial y que figura inclusive en los discursos de creación del departamento hace más de 50 años y cuyo objeto era el suministro de agua a través de acueductos regionales a todos los municipios apostados sobre su cuenca. Hoy sin embargo, esta iniciativa vendida como el proyecto del siglo de La Guajira, fuente de agua potable y permanente para 8 municipios, generadora de energía y dividendos para la región; con una capacidad para generar hasta 198 millones de metros cúbicos, padece la ceguera del ojo de agua mas grande del territorio guajiro hecho por el hombre para su propia desgracia.
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