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¿Cómo es el centro de Barranquilla?

Por: Lucía López Sierra


Aspectos del centro de Barranquilla
Foto: Rocío Cañón

Viajar es un "sopapo" en la cara -golpe (figurado) que te sacude por dentro y te hace despertar y empezar a ver cosas- Quien no viaja vive en el perpetuo error de considerar que las cosas Son como las ve y las vive uno. Viajar es descubrir que no existe una única forma de casi nada: No hay una forma de comer, hay culturas donde se come con las manos, otras en las que se come sentados en el suelo, otras con dos platos y otras con uno. Tampoco hay una forma de saludar a los demás, ni de vestir, ni de comportarse en el trabajo, ni de bailar. Tan solo hay constructos sociales y costumbres pero, el que no viaja, piensa que hay dinámicas que son globales, y yo creo que lo único global es nacer, morir y amar durante el tiempo que ocurren las dos cosas.
Cuando yo me mudé a Barranquilla salí por primera vez de Europa y, dentro de que es un continente diverso, di por hecho cosas que no eran comunes a todas las ciudades. Error mío, porque estudiar ya lo había estudiado. Me refiero a la concepción del centro de la ciudad.

Analizamos el centro de Barranquilla desde la perspectiva de una extranjera


“El centro de Barranquilla no es bonito”. Tengo esa frase grabada en la mente de tantas veces que me lo dijeron al llegar a esta ciudad. Como buena europea, tenía la concepción de que el centro de la ciudad era la parte más cuidada y turística por lo que quise visitarlo nada más llegar. Pero, cuando lo decía en voz alta, siempre había alguien que me disuadía: o era peligroso, o era feo, o era de noche, o era demasiado de día, o yo era demasiado blanca para ir.


Finalmente, tuve la oportunidad de conocer el verdadero centro de Barranquilla de la mano de Mira al centro, un fotomaratón que se organiza desde hace 18 años. Capturando con la cámara la esencia del centro pude comprobar cuánto había de cierto y cuánto de falacia en lo que me habían dicho.


Estímulos y electrónica en el centro de Barranquilla


Fotos: Rocío Cañón


Lo primero que impacta del centro es la infinita cantidad de estímulos a los que uno se expone. Pasan demasiadas cosas al mismo tiempo como para poder prestar atención a una sola. No se puede fijar la mirada en algo sin que otra cosa interfiera con otro de tus sentidos y robe tu atención, que solo durará un par de segundos. ¡Auriculares! ¡Juguito de corozo! ¡Oferta, oferta!


La gente camina en todas direcciones, apretujados, e ignorando la diferencia entre calzada y acera. Te golpean de un lado y, cuando te apartas para dejar paso, estorbas en el otro. En el Paseo Bolívar, hay que caminar rápido para llegar a la zona que te interesa, o te llevan por delante.


Es un lugar frenético y esencialmente comercial. Exceptuando algunos edificios institucionales, como la alcaldía, la fiscalía o la intendencia fluvial, el centro es comercio. El recorrido que realizamos tenía como eje temático el pasado bancario de Barranquilla por lo que visitamos los que en su momento fueron los bancos internacionales más importantes de la región caribe, hoy convertidos en tiendas de telas o simplemente abandonados.


Los negocios del Paseo Bolívar son locales comerciales dedicados, principalmente, al negocio tecnológico y telefónico. Tiendas de celulares de segunda mano, de fundas, de accesorios y auriculares que se repiten una y otra y otra vez. ¿Le falta algo a tu celular? Lo encuentras en cualquier tienda. Me pregunté cómo era posible que hubiera tanta demanda de este tipo de productos como para que las tiendas se sucedieran por la calle sin fin aparente. Después, recordé a todos los conocidos que, en el tiempo que llevo en Barranquilla, habían sufrido un robo y habían perdido el celular. Entonces todo cobró sentido.


El frenesí del negocio lo aportan los grandes parlantes que se sitúan a la puerta de la tienda, vociferando a todo volumen las grandes ofertas del interior. Tampoco faltan los dependientes que, desde la puerta, te halan el brazo para que te animes a echar un vistazo.


Al borde de la acerca, casi sin dejar espacio para los transeúntes, se colocan puestos móviles de jugos, refrescos y agua: limonada, guanábana o patillazo son las mejores recetas para sobrevivir al sofocante centro.


El mercado de carnes, pescados, frutas y verduras del centro de Barranquilla


Gastronomía en El centro de Barranquilla
Fotografía: Rocío Cañón

La parte alimenticia se encuentra en un mercado en dirección al río, cruzando la calle 30 (un acto de valentía y agilidad). En esta zona, frutas y verduras compiten en los tenderetes por captar tu atención combinando el mejor precio con el olor más intenso y el color más maduro. Los tenderetes son de madera y los dueños se sitúan al pie, bolsa en mano, para meterte dentro el aguacate antes de que hayas podido pensar si quieres uno. Comprar, comprar, comprar. Los precios, por supuesto, son mucho más baratos que en las fruterías o supermercados del norte.


El sol directo y las altas temperaturas son enemigos acérrimos de las frutas, por los que los vendedores colocan improvisados toldos entre puesto y puesto con las telas sobrantes de los sacos de frutas y papas. Esa tela de pequeños cuadros deja pasar unos finos rayos de sol que a duras penas logran iluminar los puestos del interior.


Entre puesto y puesto se crean pasillos por los que, quien no tiene un puesto fijo, se pasea con su caja tratando de hacer la compra. ¿Limones por mil pesos, muchacha? Me dice un señor sin dientes enseñándome una caja con cientos de limones atada al cuello, como llevaría una vedette la caja de cigarrillos en un club nocturno de los años 20.


En dirección opuesta al río, al otro lado de la 30, se sitúan la mayoría de los puestos de carnes y pescados donde las piezas se exhiben al aire libre, sin refrigeración y con orgullo. Los comerciantes pasean trapo en mano espantando moscas y el olor a pescado es intenso. Las mojarras, apiladas unas encima de otras, es la especie más abundante, aunque también hay jurel, atún y chivo, el pescado que se pesca en bocas de ceniza.


Caminando de regreso toca esquivar las cabezas y patas de cerdo que algunos cuelgan en las esquinas de sus tiendas, también en venta. Me recuerdan a los cadáveres ahorcados en las películas del oeste que servían como aviso para curiosos e imprudentes. Tampoco falta en el regreso los enormes bloques de queso costeño, que se resguardan en bolsas de plástico y se venden en porciones, o los puestos de zapatillas y chanclas.


¿El peligro? Comprar demasiado


Vendedores del centro de Barranquilla
Fotografía: Rocio cañon

El mayor peligro al que me enfrenté durante esa mañana en el centro de Barranquilla, fue una carreta de plátanos que casi me atropella cruzando la vía 30. Los plátanos y guineos se venden en grandes carretillas, a las que se les atan cuatro postres y se pone un techo. Los dueños las empujan de un lado a ciegas, pues la gran cantidad de bananos verdes impide ver nada, mientras gritan las grandes ofertas de 30 plátanos por 3.000 pesos.


Solo en Colombia podría ser una buena estrategia de mercadeo vender los plátanos en grupos de 30. “Tengo dos manos de plátanos” me dice un vendedor mostrándome los diez plátanos que sostiene entre las manos, unidos en dos grupos que todavía conservan su antigua unión con la platanera.


Exceptuando eso, el único peligro que observé en el centro fue no llevar una lista de la compra. Son tantas las opciones, y tan insistentes los vendedores, que acabas llevándote dos zapotes (sin saber muy bien qué son) para hacer un jugo con leche por el intenso color rojo de su interior. Quizá mi próximo artículo sea la receta de un sabroso jugo de zapote.


“No es bonito” me dijeron infinitas veces. Yo me pregunto si los barranquilleros no escucharon a Cerati, quien dijo que sacar belleza del caos es virtud.


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