Por: Mitzi Villegas Carmona
En el mes de Febrero llegué a la capital del Atlántico colombiano. Acogedora ciudad y cuna de los medios de comunicación del país. Aquí me hablaron de lo mágico que es El Carnaval de Barranquilla. Me aseguraron que es el segundo más grande e importante de América Latina, después del de Brasil.
Sinceramente, y aunque soy mexicana (también se hacen carnavales en mi país), jamás había estado presente en uno, y como se han de imaginar, yo quería conocer todo de la que sería mi hogar caribe por seis meses. ¡Además, se trata del famoso Carnaval de Barranquilla!
Pues bien, me presentaré. Mi nombre es Mitzi, soy originaria de la Ciudad de México, soy comunicadora social en proceso y me vine de intercambio a la Universidad Autónoma del Caribe. Es aquí donde me invitaron a ser parte de Prensa Escuela, un espacio universitario abierto a alumnos de colegio, en el que desarrollan sus habilidades comunicativas.
Estoy muy orgullosa y agradecida con este equipo porque además de inspirarme en otras áreas de mi vida, me animaron a participar en La Guacherna. Pero, ¿qué es La Guacherna? Sólo sabía que era un desfile muy grande, exactamente ocho días antes de Carnaval. También sabía que era un homenaje a la tradición y cultura colombiana y que hacía honor a la compositora y cantante Esthercita Forero, la novia de Barranquilla.
Bueno, sin más preámbulo, me metí con mi paisana mexicana Jocelyn a la comparsa de La Chiva Periodística. Conformada por colegas y familiares de comunicadores y periodistas. ¡Qué emoción! A ellos los conocí en la misa y la izada de bandera de la comparsa por el día del periodista (9 de febrero), en una de las iglesias más antiguas de Barranquilla, la Parroquia de San Roque.
¿Listos?... ¡Sí! La cita fue a las 6:30pm en Parque del Sol. (A esa hora, el sol ya se metió y comienza la noche). Los ensayos eran tres veces a la semana. Llegábamos con la profesora Rocío Cañón en taxi, o tomábamos el Transmetro A7-3 desde la estación de Joe Arroyo.
Cada ensayo era una rutina diferente, con pasos que fueron un reto, al son de la cumbiamba, interpretando cumbia, mapelé o el ritmo de la danza del Congo (no sé si hasta bailamos champeta). Mi miedo era no poder aprenderme las rutinas para “la hora de la hora”. Sin embargo, lo disfrutaba tanto. Y no sólo por la música, sino por las amistades que haces aquí, con tanta chispa, cercanía y amabilidad.
Así llegó el momento tan esperado y no lo podía creer. Dos días antes había comprado en, un centro comercial local, los bocadillos (dulce típico de guayaba), las medias, los aretes, suero hidratante y base de maquillaje para la gran noche. He de decir que había una emoción dentro y algo de nerviosismo.
Nos quedamos de ver las chicas para arreglarnos y peinarnos. Ese viernes 22 de febrero se habían cerrado calles y todos tenían preparativos, colores brillantes en los árboles y casas. Banderines, flores y hasta se leía en los buses: HOY GUACHERNA. La cita era en la calle 70 con carrera 44.
¡Ay Dios! ¿Y si me desmayo? Me da risa ahora, pero esos pensamientos llegaron a mí y se fueron cuando nos reunimos con el equipo de La Chiva, vestidos con el traje de Monocucos, los estandartes con el nombre de la comparsa en alto. Después de tomarnos unas foticos, y pedir la bendición de Dios, nos acomodamos en nuestro puesto.
Esperamos unas horas en lo que se alistaban las 234 comparsas, familias o amigos tomaban sus puestos en los palcos, se vendían unas que otras bebidas, butifarra frita y chuzos. Todo para el recorrido que nos llevaría a la Casa Carnaval, el punto máximo, y aunque es el final, es donde comienza todo.
Fue una noche sin igual, llena de música, emociones encontradas, fuerza y energía. Sonrisas y palmadas, cansancio y alegría de locura, pero también de cordura, para coordinar movimientos, hidratación y una gran sonrisa. ¡Recorrimos casi 10 km!
Una avenida llena de tantos colores y formas tan diversas: marimondas, monocucos y cumbiambas, jeje, no sé cómo se llaman todos, pero son tan interesantes. Me llena de curiosidad conocer las historias detrás, de quienes iniciaron la tradición. Los ritmos de vida o tiempos fueron quizás difíciles pero todo esto lo sobrellevaron con música y una buena cara frente a la adversidad.
Vivir el Carnaval por fuera es una cosa, pero otra, y mucho más linda, es vivirlo por dentro. Jamás olvidaré esta experiencia tan especial, el calor que recorría mi cuerpo, la alegría de la gente colombiana. En verdad que no se necesitan tragos para encender el espíritu, porque, con solo la sabrosura de la gente, puedes terminar embriagado y con la cabeza como pudín de cumpleaños, llena de maicena.
Finalmente, llegamos triunfantes a Casa Carnaval. Allí subimos a nuestros buses y nos dirigimos a la última parada para degustar de un delicioso sancocho trifásico. ¡Amigos, pero qué disfrute! La brisa, a la luz de la luna, con bonita compañía y alegría, más el sabor de un buen guiso.
Tanta riqueza cultural junta, tanta tradición y las raíces de la Región Caribe colombiana a flor de piel, que sazonaron esa noche… es bacano, es chévere… y lo mejor, es que lo pude disfrutar, cantar y bailar a viva voz… En Barranquilla me quedo… solo seis meses, pero me quedé!
¡Pura cambambería!
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