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El desempleo y la pobreza tienen rostro de mujer

Por Amylkar D. Acosta M

Desde luego se han registrado avances legislativos que han desarrollado tal precepto constitucional, destacándose entre ellos la expedición de la Ley 581 de 2000, más conocida como la Ley de cuotas, que no en pocos casos se esquiva su cumplimiento.


Pese a ello, el desempleo y la pobreza siguen teniendo rostro de mujer:


La brecha de la tasa de participación de la mujer con respecto a la del hombre al cierre de 2023 registró una diferencia de 24 puntos porcentuales. Entre tanto en tratándose de la tasa de ocupación laboral fue de 24.2 puntos porcentuales, al tiempo que la brecha de la tasa de desocupación se situó en 3.8 puntos porcentuales por encima. Estos registros son aterradores:


El desempleo femenino en el 2019, antes de la pandemia, se situó en el 13.6%, más de 3 puntos porcentuales con respecto al promedio nacional y 5.6 puntos porcentuales por encima de los hombres. En el año 2020 esta brecha se amplió, esta vez fue de 6.1 puntos porcentuales y como si lo anterior fuera poco, arrancamos el año 2021 con el pie izquierdo, pues según el DANE la tasa de desempleo de los hombres fue de 13.4% mientras que el de las mujeres fue de 22.7%, es decir que la brecha se amplió aún más hasta alcanzar los 9.3 puntos porcentuales. 

Durante los años subsiguientes se mantuvo esta brecha,


mientras en el 2022 la tasa desempleo a nivel nacional fue de 11.2%, para los hombres fue de 9% y para las mujeres de 14.3%, para 5.3 puntos porcentuales de diferencia. Y en el 2023, la tasa de desempleo a nivel país fue de 10.2%, para los hombres fue de 8.4% y para las mujeres el 12.2%, para 3.8 puntos porcentuales de diferencia. Como puede colegirse, aunque se ha venido reduciendo la brecha entre la tasa de desempleo entre hombres y mujeres, la misma es persistente.  


La mujer en Colombia está en desventaja a la hora de vincularse laboralmente,


empezando porque tiene que desempeñarse en una “doble jornada”, ya que a la actividad remunerada, cuando es que tiene acceso a ella, se le viene a sumar la actividad doméstica y de cuidado, que no se reconoce como aporte al PIB y de contera no es remunerada. En concepto de la CEPAL se entiende como economía del cuidado al


“trabajo no remunerado que se realiza en el hogar, relacionado con mantenimiento de la vivienda, los cuidados a otras personas del hogar o la comunidad y el mantenimiento de la fuerza de trabajo remunerado” y no duda en reconocer que “esta categoría de trabajo es de fundamental importancia económica en una sociedad”. 

                                                                             

Ello llevó al legislador y al Gobierno a su reconocimiento, expidiendo la Ley 1413 de 2010 y el Decreto 2490 de 2013, que la reglamenta, ordenando


“la inclusión de la economía del cuidado en el Sistema de Cuentas nacionales con el objeto de medir la contribución de la mujer al desarrollo económico y social del país y como herramienta para la definición de políticas públicas”.

Pero, al igual que ocurre con tantas otras leyes, dicha disposición constituye sólo un saludo a la bandera, porque hasta ahora no ha tenido aplicación, es letra muerta en el papel, como si fuera agua de borrajas. Esta sigue siendo para el Estado una asignatura pendiente. 


El contraste no puede ser mayor, como lo delata las columnistas Juanita Villaveces y Laura Ramos, mientras el género masculino trabaja 12:39 horas diarias, de las cuales 9:14 horas son remuneradas, las féminas trabajan 14:49 diariamente, de las cuales sólo 7:35 horas son remuneradas. Es decir, que la mujer dedica la mitad de su tiempo laborado, generalmente en condiciones precarias, a actividades no remuneradas. Llama poderosamente la atención que el tiempo dedicado a actividades no remuneradas por parte de la mujer no varía con el nivel de estudios. 


Es de anotar que, a consecuencia de las cuarentenas, de las restricciones a la movilidad y sobre todo debido a la virtualidad de la educación básica y primaria, muchas madres, sobre todo aquellas que son cabeza de familia, tuvieron que renunciar durante la pandemia a sus empleos o a ganarse la vida en la informalidad o rebusque para poder atender y asistir a sus hijos. Esta es otra razón por la cual su tasa de participación en el mercado laboral se redujo sensiblemente, muchas de ellas entran a engrosar el número de los que la estadística del DANE cataloga como “inactivos”, que no es otra cosa que desempleo disfrazado, los cuales en la práctica se vienen a sumar a los desempleados, así no se refleje en la cifra oficial de la tasa de desempleo


Y, a propósito de la economía del cuidado, bueno es advertir que el 78% de la misma recae sobre los hombros de las mujeres y como ya quedó dicho un altísimo porcentaje de la labor que demanda es no remunerado.

A este respecto, cabe recordar que el 11 de noviembre de 2010 fue sancionada la Ley 1413 de economía del cuidado, la cual fue impulsada por la ex ministra de Estado Cecilia López y la Senadora Gloria Inés Ramírez. No obstante que en ella se establece que la economía del cuidado, la cual según la ex ministra aporta al PIB entre el 18% y el 20%, mucho más que la industria y la agricultura que a duras penas participan con el 11% y el 6.3%, respectivamente, “el espíritu de la Ley no se ha cumplido, no se le da el valor que tiene la economía del cuidado”. Con razón decía el caudillo Jorge Eliécer Gaitán que “el pueblo no demanda la igualdad retórica ante la Ley, sino la igualdad real ante la vida”.


Lo propio ocurre con la femenización de la pobreza, la cual en tratándose de las zonas rurales del país es más acentuada la discriminación en contra de la mujer. Según el Índice de femeninidad en hogares pobres de la CEPAL, en Colombia por cada 100 hombres que viven en hogares pobres 116.9 mujeres están en una situación similar.

                                                                             

Y para rematar, la mujer se ve afectada además por la brecha salarial adversa

que bordea en promedio el 16.1% y en las zonas rurales alcanza el 45% (¡!), lo cual incide en su pobreza y empobrecimiento. 


Como es bien sabido, a consecuencia de la crisis pandémica, según la misma CEPAL, la pobreza en América Latina alcanzó en 2020 sus niveles más altos en 12 años. En el caso particular de Colombia, según la proyección de FEDESARROLLO, la pobreza que ya había subido desde el 34.7% en 2018 al 35.7% en 2019, se elevaría en 2020 a un nivel que oscilaría entre el 47% y el 49%, desde luego este porcentaje es mucho mayor para las mujeres, ampliándose aún más la brecha. Según el DANE, actualmente por cada 100 hombres en condición de pobreza tenemos 117 mujeres en la misma condición, superando el 40%.

 

Barranquilla, marzo 8 de 2024


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