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“El Cayeye y mi mamá” // Historias entorno a la comida

La comida, así como los olores y la música son máquinas del tiempo que te llevan a instantes que han sido inmortalizados como recuerdos.


Amalia y su madre, Carmen

Por: Ángela Pertuz


“Son como las 6:30 am yo estoy en mi cuarto, frente al espejo. Me acomodaba mi cabello, para esa época tenía de corte de hongito. Cuando llega como un hilito fino el aroma del guineo mezclándose con la mantequilla" recuerda Amalia, en la comodidad que le puede brindar su mesa de comedor mientras se lleva a la boca un poco de Cayeye preparado por ella para su familia.



Su madre Carmen, era según su hijos, familiares y amigos, la mejor chef que podía existir y digo era, porque hace 12 años dejó la tierra para vivir en sus corazones y en uno que otro plato aprendido por sus hijas, Amalia y María José y degustado por Alfonso, el menor de sus hijos.


Amalia al lado de sus tres hermanos, y su madre sentada al lado de su padre.

“No te digo mentira, mi mamá era la mejor en la cocina, era una especie de maga; con lo que tuviese en la cocina preparaba manjares”, precisa la Nena, apodo por el que conocen los más cercanos a Amalia.

El sentir el aroma que emana la mantequilla cuando está siendo derretida era el presagio de un desayuno de dioses, así lo asegura Amalia, quién entre risas recuerda las mañanas que antes de irse al trabajo su mamá le preparaba el popular Cayeye.


"Había veces en las que picaba verduras, hacía un "firititi" como le llamaba ella; y había otras en donde solo machacaba el guineo y como estocada final regaba queso rallado encima, ese, en particular era mi favorito”. Afirma la Nena mientras su boca saborea.


Carmen, se bañaba tipo 5:00am y media hora después ya estaba en la cocina; para hacer el Cayeye, tomaba 10 guineos, los lavaba con las cascara y posteriormente cortaba sus puntas y los colocaba a cocinar en una olla con agua durante 30 a 40 minutos; hasta estar en su punto.


Para comprobar su cocción escogía de su pared el tenedor de dientes más largos y esquivando el fogaje, cuidadosamente atravesaba la membrana del guineo y lo palpaba; cuando los sacaba ya un plato estaba dispuesto.


“Colocaba 2 por plato y encima esparcía la mantequilla y “machacaba”, fuerte y delicada” evoca Amalia, cuando de niña se escondía detrás de la puerta de la cocina para espiar lo que su mamá hacía.

Recuerdo familiar de una tarde compartiendo una cena


“Los Cayeyes que preparo no se parecen mucho a los de ella, aun no descubro el toque, pero creo que es porque lo hacía mi mamá y eso basta para que su sabor sea distinto; lleno de amor” afirma la Nena mientras termina de comer.

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